La araña feminista
¿Una Miss Venezuela representa nuestra belleza? (Opinión)
9 octubre 2016 | Haga un comentario
El cuerpo de las mujeres es un territorio en disputa desde el surgimiento del patriarcado hace miles de años. Velos, burkas, corsets, los diminutos pies chinos, aros que alargan cuellos, dolorosas perforaciones, incómodos vestidos, cirugías plásticas y muchas prácticas que inmovilizan y limitan nuestra libertad física y psicológica en nombre de la belleza y lo femenino.
La belleza femenina como principal atributo de lo que definido como “mujer” se erige para controlarnos e inmovilizarnos. Hace tiempo leí como una directora de orquesta se quejaba que toda crítica que se hacía a sus presentaciones empezaba con la reseña de su vestido o apariencia personal, que cuando sus colegas hombres se presentaban nadie se percataba del saco o la corbata que llevaban. En una entrevista a la primera astronauta le preguntaron cómo iba a hacer para lavarse el cabello en el espacio. Si la pesista venezolana levanta mas de 100 kg y gana un diploma olímpico se reseña que no pierde su feminidad porque tiene las uñas pintadas. No importa lo que hagan las mujeres, se nos recalca que solo somos mujeres si cumplimos con ciertas normas de belleza.
Mi madre recuerda cuando la primera Miss Mundo consiguió la corona y lo criticada que fue por ser tan fea, pati-larga, flaca y sobre todo de un tamaño descomunal. Es decir, en 1955 cuando Susana Duijm trajo la corona de Miss Mundo aun en Venezuela teníamos nuestro propio concepto de belleza.
En el capitalismo todo se vuelve un artículo de consumo, de eso no escapa la belleza femenina. Esa belleza sostiene una de las industrias mas grandes del mundo, solo en Latinoamérica se calcula que la industria cosmética genera alrededor 80 mil millones de dólares. Además, el negocio tiene la característica de ser “anticíclico”; es decir, no es afectado por la crisis, al contrario crece en crisis. En la cabeza de los países consumidores de la región se encuentra Venezuela y el principal aliado de este “pujante negocio” es el concurso Miss Venezuela.
Los concursos de belleza son una invención capitalista, hasta mediados del siglo pasado no existían, pero desde los años 50 se han desarrollado mas de 50 concursos internacionales y están en las agendas de clubes deportivos, fiestas populares y hasta de escuelas. Desde estos concursos se reproduce un modelo único, un modelo en el que quizá un 5% de la población encaja de forma natural y que presiona al resto para que encaje. Y ¿cómo podemos encajar?: comprando cirugías estéticas, horas en gimnasios y productos de belleza.
Año tras año, en una noche cualquiera nos dicen cual es supuestamente la belleza venezolana. Pero, ¿realmente es así nuestra belleza? Ellas son un producto que nos venden, un modelo destinado a hacernos inconformes con nuestros cuerpos, con nuestro primer territorio a liberar.
T/Alejandra Laprea
(Colectivo Tinta Violeta)
I/Manuel Loaiza
www.correodelorinoco.gob.ve/opinion-libre/¿una-miss-venezuela-representa-nuestra-belleza-opinion/
La araña feminista
El gran negocio de la belleza (Opinión)
9 octubre 2016 | Haga un comentario
Para muchas personas en el mundo, Venezuela es conocida por ser un país de donde provienen frecuentemente las ganadoras de concursos de belleza. Jóvenes venezolanas han ganado siete veces el Miss Universo, apenas una vez menos que Estados Unidos, que es el país creador de esta competencia. La usina en la que se preparan las futuras reinas es la Organización Miss Venezuela. Las misses venezolanas se presentan también, como una especie de Producto Interior Bruto (PIB) del país, un bien exportable vinculado a una nación y una etnia.
En Venezuela el concurso de Miss Venezuela y sus participantes, las “misses” como se las llama popularmente, son un ícono nacional y representan un modelo a imitar. El concurso, que se realiza desde 1955, llegó a convertirse en un gran evento nacional, a partir de los años 80, teniendo su máximo esplendor en los años 90. A partir del cambio social que significó el proceso bolivariano comenzado en 1999 ha perdido algo de su centralidad en la vida nacional, aunque continúa siendo un objetivo de vida para muchas mujeres venezolanas, y desde luego un gran negocio para sus organizadores.
En todo el despliegue que se genera en torno al Miss Venezuela, se mueve dinero, publicidad, eventos, etc. Se trata una franquicia de la empresa de Donald Trump que otorga derechos para mandar una concursante bajo reglas que Miss Universo impone.
La belleza física es una mercancía mas de consumo, creada en sociedades opulentas donde una vez satisfechas las necesidades primarias se impuso la “obligación” de ser bellas según criterios fijados en forma impositiva. Se trasladó al Tercer Mundo creando procesos aberrantes, por las contradicciones que significan que en sociedades con tanta desigualdad se inviertan recursos en banalidades misóginas, que invisibilizan y desvalorizan a las mujeres reales, a las trabajadoras, a las indígenas y todas las otras pobres del mundo. Y además las encierran en los parámetros patriarcales, sometiéndolas a la doble realidad: lucha por la sobrevivencia pero también objeto para los varones, “muñequitas” que aspiran a ratificar el estereotipo femenino de la bonita tonta y superficial.
Sabido es que en Venezuela la búsqueda de un cuerpo ajustado a las preferencias impuestas por la publicidad y el consumo de “misses” ha llevado a la muerte a muchas muchachas pobres, sometidas a cirugías y prácticas estéticas en condiciones de bajo costo e inseguridad. Lo superficial y lo banal, sigue ocupando un lugar destacado impuesto por la civilización hedonista a cualquier precio, que promueve el capitalismo.
Para muchas personas en el mundo, Venezuela es conocida por ser un país de donde provienen frecuentemente las ganadoras de concursos de belleza. Jóvenes venezolanas han ganado siete veces el Miss Universo, apenas una vez menos que Estados Unidos, que es el país creador de esta competencia. La usina en la que se preparan las futuras reinas es la Organización Miss Venezuela. Las misses venezolanas se presentan también, como una especie de Producto Interior Bruto (PIB) del país, un bien exportable vinculado a una nación y una etnia.
En Venezuela el concurso de Miss Venezuela y sus participantes, las “misses” como se las llama popularmente, son un ícono nacional y representan un modelo a imitar. El concurso, que se realiza desde 1955, llegó a convertirse en un gran evento nacional, a partir de los años 80, teniendo su máximo esplendor en los años 90. A partir del cambio social que significó el proceso bolivariano comenzado en 1999 ha perdido algo de su centralidad en la vida nacional, aunque continúa siendo un objetivo de vida para muchas mujeres venezolanas, y desde luego un gran negocio para sus organizadores.
En todo el despliegue que se genera en torno al Miss Venezuela, se mueve dinero, publicidad, eventos, etc. Se trata una franquicia de la empresa de Donald Trump que otorga derechos para mandar una concursante bajo reglas que Miss Universo impone.
La belleza física es una mercancía mas de consumo, creada en sociedades opulentas donde una vez satisfechas las necesidades primarias se impuso la “obligación” de ser bellas según criterios fijados en forma impositiva. Se trasladó al Tercer Mundo creando procesos aberrantes, por las contradicciones que significan que en sociedades con tanta desigualdad se inviertan recursos en banalidades misóginas, que invisibilizan y desvalorizan a las mujeres reales, a las trabajadoras, a las indígenas y todas las otras pobres del mundo. Y además las encierran en los parámetros patriarcales, sometiéndolas a la doble realidad: lucha por la sobrevivencia pero también objeto para los varones, “muñequitas” que aspiran a ratificar el estereotipo femenino de la bonita tonta y superficial.
Sabido es que en Venezuela la búsqueda de un cuerpo ajustado a las preferencias impuestas por la publicidad y el consumo de “misses” ha llevado a la muerte a muchas muchachas pobres, sometidas a cirugías y prácticas estéticas en condiciones de bajo costo e inseguridad. Lo superficial y lo banal, sigue ocupando un lugar destacado impuesto por la civilización hedonista a cualquier precio, que promueve el capitalismo.
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